EXPLORANDO EL TERRITORIO DEL EJE CAFETERO (Parte 6- Última entrega)
“En el período de transición (1910-1950) el pequeño y mediano cultivador de la cordillera central de Colombia se integró individualmente al mercado cafetero dirigido por empresarios con capacidad para controlar ese mercado (porque manejaban los recursos financieros y empresariales), como por los monopolios importadores y tostadores de Europa y Estados Unidos”.
Edad madura cafetera (1910-2010) y el Paisaje Cultural Cafetero (PCC)
La economía regional organizada tiene efectos considerables sobre diversas formas de organización social, también mejoran los servicios públicos y los departamentos cafeteros adquieren una mejor estabilidad en términos de su infraestructura. En estas condiciones surge la edad madura cafetera. El segundo ciclo se inició con la decadencia de las haciendas como base de la producción. El factor determinante en esta crisis fue la fragilidad de la unidad de producción con una dualidad resultante de la presencia de campesinos independientes y asalariados. La existencia de esas vigorosas economías, que compartían con la empresa los recursos disponibles como la tierra y el trabajo, tuvo como consecuencia varios conflictos sociales.
Con el suceso político de Jorge Eliécer Gaitán y la sucesión de los hacendados de la generación cafetera, las grandes haciendas se desmoronaron frente a las demandas sociales de una reforma agraria. Estas haciendas habían sobrevivido desde el fin de la guerra de los mil días (pese a la desaparición de los mercados con la primera guerra mundial), si bien desde 1904 el impulso exportador empezó a fortalecerse en los principales centros de colonización: las tierras montañosas ocupadas por fincas familiares, es decir, climáticamente las mejores tierras para el cultivo del café. En este período de transición el pequeño y mediano cultivador de la cordillera central de Colombia se integró individualmente al mercado cafetero dirigido por empresarios con capacidad para controlar ese mercado (porque manejaban los recursos financieros y empresariales) como por los monopolios importadores y tostadores de Europa y Estados Unidos.
La lucha por la solidaridad como ingrediente de las expresiones de propiedad regional daba entonces respaldo a las necesidades de los cafeteros, que encontraron progresivamente marcadas diferencias entre las ventajas de encontrarse cerca del centro del país o estar en su periferia regional. Durante el segundo ciclo expansivo, el auge de las pequeñas parcelas es posible gracias a la aparición de máquinas sencillas fabricadas por la industria nacional: las despulpadoras manuales, operadas por la fuerza del trabajo familiar. Las haciendas se transformaron en unidades plenamente capitalistas que no integraron los grupos de producción, pues estos quedan a cargo de una nueva clase de especuladores, producto de la transformación de las empresas familiares en compañías exportadoras de café, caracterizadas por una marcada concentración y por el control financiero de las casas extranjeras. En Estados Unidos el proceso de importación, tostado y venta se unificó, lo que provocó la desintegración de los especuladores y corredores de bolsa. La empresa, no obstante, permaneció con riesgos extraordinarios: la exigencia de grandes volúmenes de capital a una velocidad de circulación alta hizo necesaria una elevada tasa de liquidez, lo que a su vez provocó la debilidad financiera de la empresa. Como resultado de lo anterior, la más mínima variación en los precios (muy inestables) los fletes o las tasas de interés ponían en peligro inminente a la empresa.
El café explica en sentido amplio la actividad económica durante la primera parte del siglo. Entre 1910 y 1930, lo que ahora se denomina Eje Cafetero, se convirtió en el primer productor nacional de café, desplazando a los departamentos tradicionales, especialmente a Santander, tanto como a Antioquia. La expansión de pequeños cultivos en esta zona del país tuvo un impacto considerable sobre la economía colombiana. Se ampliaron las fincas cafeteras de mediano y pequeño tamaño, trabajadas por quienes vendían el café directamente a las empresas comercializadoras. Los grandes hacendados de Cundinamarca y el Tolima le compraban o recibían a los arrendatarios y colonos el café para, después, colocarlo en el exterior. La diferencia tendría repercusiones en la extinción de la importancia de las haciendas durante los años treinta.
La expansión del cultivo y las exportaciones del grano tuvieron un impacto positivo en la conformación de un mercado interno para otros productos de la agricultura, la ganadería y la industria manufacturera. Los ingresos de divisas originados en la exportación del grano y el aumento del poder de compra de los caficultores fueron definitivos para impulsar la inversión, el crecimiento económico, y para crear un mercado nacional de bienes y servicios.
Control de calidad y cata de café. Hacia 1960 la finca cafetera llega a sus límites como base de la economía mono exportadora. Sus carencias tecnológicas, el envejecimiento de sus plantíos, la baja productividad y la enorme extensión de sus cultivos son algunos de los problemas más evidentes. La modernización que permitió la entrada de altas tecnologías en los centros productores de café dio lugar a un nuevo tipo de agricultor profesional rico. En esta tercera etapa se evidenció la decadencia del finquero tradicional.
La historia de la integración de Colombia al mercado internacional ilustra las limitaciones y posibilidades de un capitalismo dependiente. El capitalismo colombiano se mostró incapaz de evolucionar como lo hizo el capitalismo moderno europeo. Su modernización se realizó sin industrialización; no proletarizó a sus trabajadores, en la medida en que tuvo la migración como recurso para contener la polarización y los conflictos sociales.
Las recientes luchas dentro del negocio cafetero proporcionan un modelo para entender una amplia gama de fenómenos en la fase de la globalización contemporánea. Tienen especial importancia para entender cómo se absorben las tradiciones locales en los cálculos de la economía política mediante el intento de adquirir rentas de monopolio. También plantea la cuestión de qué parte del interés local por la innovación y la reinvención de tradiciones locales se encuentra vinculada al deseo de extraer y apropiarse de dichas rentas. Como el capitalismo se deja seducir por las perspectivas lucrativas de los poderes de monopolio, conviene distinguir esta contradicción: que los globalizadores avaros apoyan desarrollos locales que tienen el potencial de producir rentas de monopolio, aunque el efecto de dicho respaldo sea el producir un clima político local antagónico a la globalización.
En nuestro tiempo se destaca la singularidad del café orgánico y sus propiedades de arrastre para las economías del sector turístico. Sin embargo, ¿qué sucede cuando esto fomenta un movimiento social de resistencia contra la comercialización? Se trata de una situación de escala menor que, sin embargo, afecta el desarrollo urbano. La historia de la marca Juan Valdez® contiene también una parte positiva de la historia del café en la época de la globalización; no obstante, esta evolución internacional hacia economías de escala no moviliza paralelamente la calidad de vida y los ingresos de la mayoría de la población cafetera. En este caso particular, tenemos una compleja historia cuya narrativa de ganadores, no es completa.
Debe situarse la política cafetera en el plano de la globalización. Durante las décadas que siguieron a los años ochenta del siglo XX el empresario del café ha adquirido importancia nacional e internacional. Nos referimos a ese patrón de comportamiento del gobierno urbano que mezcla los poderes estatales (locales, regionales, nacionales o supranacionales) con una amplia gama de formas de organización.
Nace el Paisaje Cultural Cafetero comienzos del siglo XXI, Un paisaje productivo muy cultural. En esencia es el resultado de la fusión de toda esta historia, donde hoy podemos disfrutar de sus tradiciones, de su arquitectura, de sus gentes, de su economía alrededor del grano de Café, Una cultura, un estilo de vida. El paisaje cultural cafetero se constituye un ejemplo sobresaliente de adaptación humana a condiciones geográficas difíciles sobre las que se desarrolló una caficultura de ladera y montaña. Se trata de un paisaje cultural en el que se conjugan elementos naturales, económicos y culturales con un alto grado de homogeneidad en la región, y que constituye un caso excepcional en el mundo. En este paisaje se combinan el esfuerzo humano, familiar y generacional de los caficultores con el acompañamiento permanente de su institucionalidad.
Aunados, estos esfuerzos han establecido un modelo excepcional de acción colectiva que ha permitido superar todas estas circunstancias económicas difíciles y sobrevivir en un paisaje agreste y aislado. De esta manera se ha desarrollado una caficultura basada en la pequeña propiedad, que ha demostrado su sostenibilidad en términos económicos, sociales y ambientales, y que ha posicionado su producto como uno de los mejores cafés del mundo. Este modelo social y económico ha configurado una región con un alto grado de unidad cultural, expresada en un patrimonio cultural material en el que se destacan las técnicas constructivas tanto de los asentamientos urbanos como de las viviendas cafeteras rurales, así como un patrimonio cultural inmaterial en el que se expresa el vínculo de la población con el cultivo por medio de fiestas, carnavales y celebraciones de la identidad paisa heredada de la colonización antioqueña, como rasgo único en el mundo creado por los habitantes de esta región.
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Blog viajeros con Entreriosycafe 20200523. Por: Fernando Estrada Investigador, Centro de Investigaciones y Proyectos Especiales, CIPE, Universidad Externado de Colombia. Biblioteca virtual del banco de la república. Toda Colombia.
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